Tras los cristales de una de las ventanas de la residencia de ancianos de Caboalles de Abajo, un hombre, un anciano, sentado en un pequeño sillón, en una tarde de invierno, parecía observar ensimismado el lento descender de los copos de nieve que, balanceándose cual plumas movidas por el viento, pasaban ante sus cansados ojos hasta posarse delicadamente sobre la nieve ya acumulada en el suelo. De vez en cuando sus arrugadas y temblorosas manos mesaban sus blancos cabellos; otras veces, en un gesto rutinario, como si con ello pudiera aclarar su mente, atusaban su blanco y espeso bigote.
La mirada de aquel anciano, aunque pudiera parecer que contemplaba interesado el descenso de los copos de nieve, la realidad es que ni siquiera los veía, pues sus ojos, desde hacía ya algún tiempo, como la llama de una vela que lenta e inexorablemente se consume, se habían ido apagando hasta el extremo de no distinguir otra cosa que una gran superficie blanca. Mientras su mirada parecía anclada en aquel cristal, su mente, por derroteros bien distintos, había retrocedido en el tiempo; en mucho tiempo atrás, en los tiempos de su juventud. De vez en cuando exhalaba un suspiro que llegaba desde lo más profundo de su alma. Se diría que consciente de que su tren estaba llegando a la estación término, pretendía rememorar en unos instantes todo lo vivido durante sus noventa años de existencia. De pronto, el tren de sus recuerdos, como si en alguna de las estaciones de su recorrido tuviera que hacer un alto, se detuvo en la Navidad de 1951, la última Navidad que había vivido en compañía de sus hermanos –sus padres ya habían fallecido varios años antes- en su casa de Villager, justamente unos meses antes de embarcarse rumbo a Brasil. Aquella Navidad había dejado en su alma un sentimiento difícil de expresar; por una parte, el recordar las Navidades de su niñez, junto a sus padres, le entristecía sobremanera; por otra parte, cuando pensaba en la gran aventura que le esperaba a partir del momento en que sus pies pisaran la cubierta del barco que le llevaría a Brasil, su corazón, brincando de emoción, amenazaba con salir de su pecho. Aunque todas y cada una de las Navidades graban en nuestra alma una muesca de tristeza, aquella, sin el menor género de duda, resultaría imborrable a lo largo de toda su existencia.
En el verano de 1952 con una maleta más bien escasa de equipaje, pero con el alma rebosante de ilusión y esperanza, se embarcó en la gran aventura de cruzar el Atlántico rumbo a Brasil. A la edad 28 años dejó su trabajo en la mina donde, como tantos otros, con la excusa de librase del servicio militar, siendo aún un chiquillo, había iniciado su vida de minero como un simple ramplero para, como tantos otros, acabar de barrenista o picador, puestos que aunque los más peligrosos, también eran los mejor retribuídos. Aquello de para librarse de la mili era una piadosa excusa, porque la cruda realidad se llamaba necesidad económica. Como otros mozos del pueblo, percatándose que la vida en la mina, en el mejor de los casos, no mejoraría la situación de su familia y, menos aún, la suya propia, así como el ver de cerca lo que a otros compañeros les había sucedido, fue motivo suficiente para revestirse del necesario valor que aquella aventura precisaba y lanzarse a la búsqueda de su particular El Dorado. A ello, además de no tener a nadie que de él dependiera, y de ver como, día tras día, otros mineros de su misma edad dejaban sus vidas en la mina o, en el mejor de los casos, como quedaban destrozados por la silicosis, influyó en buena medida el no ser correspondido por la mujer de la que, desde varios años antes, estaba enamorado.
Con la mirada perdida a través del cristal, su mente parecía querer mortificarle con el triste recuerdo de aquella última Noche Buena, la que había celebrado con sus hermanos antes de despedirse de ellos, y por más que lo intentaba, no conseguía que sus viejos y apagados ojos se llenaran de lágrimas. Quizá en un vano intento por combatir la nostalgia, sus pensamientos derivaron hacia otra situación menos dramática, yendo a parar a unos años antes de aquella Noche Buena, en un día de diciembre, igualmente con una gran nevada, cuando en compañía de otros cinco mozos de Villager, tras unos vasos de vino en la Cantina, decidieron ir a cazar un corzo para celebrar la Noche Buena. Aunque conscientes de que con aquella nevada la caza estaba prohibida, la perspectiva de una buena cena –eran tiempos en los que una buena cena con abundante carne era una quimera- y, por qué no, probablemente también empujados por el efecto del vino, no consideraron el riesgo que podían correr y acordaron salir a la mañana siguiente para Buenverde. Había que salir temprano para que la nieve no estuviera demasiado blanda,
De la media docena de mozos que a la mañana siguiente, día festivo, emprendían el camino de Buenverde, sólo uno tenía escopeta. La subida, especialmente a partir de la Tseburnial, se hacía poco menos que imposible. La nieve, más blanda de lo que ellos hubieran deseado, hacía que se enterraran hasta la cintura, pero ello no fue impedimento suficiente para hacerles desistir. A media mañana, en la ladera del camino que va de Buenverde a Braña Ronda avistaron dos corzos: un macho de gran tamaño, que de inmediato fue abatido por dos certeros disparos, y una hembra, joven y pequeña, que enterrada en la nieve, no podía correr. Cuando el que había abatido el corzo apuntó con su escopeta a la corza y se aprestaba a apretar el gatillo, nuestro hmbre, tal vez influenciado por la expresión de indefensión y miedo que la corza mostraba en su mirada, le levantó el cañon de la escopeta, a la vez que le decía:
- – No dispares, la cogeremos y viva y yo cargaré con ella.
- – ¿Y para qué la queremos viva? -Replicó el otro, bastante molesto-.
- – La pondremos con las cabras y tal vez se acostumbre.
Aunque no de muy buena gana, accedió el de la escopeta. En realidad nuestro hombre no pensaba, ni por un momento, que la corza pudiera acostumbrarse a vivir con las cabras, pero la mirada de indefensión y miedo de la corza al sentirse perdida, algo en lo más profundo de su alma le había llevado a tomar la decisión de impedir que la mataran. Con una cuerda ataron las cuatro patas del animal y él se la echó al hombro, mientras que otros dos cogieron al corzo muerto. Con risas, bromas y gran alborozo iniciaron el camino de vuelta al pueblo, pero la alegría iba a durar muy poco. Había algo con lo que no habían contado: el silencio que la nieve imprime al monte. En esas condiciones, los disparos se oyen a kilómetros de distancia. Cuando, mojados como si salieran de la ducha, pero muy contentos, iban ya por el camino de la Argaxiada, justo a la altura del molino del Síndico, de pronto, una pareja de la guardia civil les salió al paso. -Sígannos, dijeron por todo saludo. Llegaron a la carretera, entraron en el camino de la lechería y llegaron a la Cantina, entraron y depositaron los corzos en el suelo. Uno de los guardias se acercó al que llevaba la escopeta y, a la vez que le pedía la documentación, sacaba una libreta y un bolígrafo.
– ¿Cómo se llama Ud.? -preguntó a la par que decía- a Ud. se le cayó el pelo; bueno, a Ud. y a todos los demás, aunque a Ud. en particular. De momento – continuó diciendo- entrégueme el arma, el permiso de armas y la guía de la escopeta.
El propietario de la cantina, hombre influyente y muy buena persona, y gracias al cual, los guardias mitigaban el hambre en La Cantina, pues diariamente se acercaban al establecimiento a comer, ya fueran sardinas o chicharros en escabeche, acompañándolo con unos tragos de vino –gratis, naturalmente- y que hasta entonces no había dicho ni palabra, dándose perfecta cuenta de la grave situación en la que aquellos muchachos incurrían, consideró oportuno echarles un capote. Era consciente de que si los llevaban detenidos al cuartel las consecuencias podían ser impredecibles. No eran tiempos para tener problemas con la guardia civil. Por ello, aún a riesgo que la reacción de los guardias no fuera la esperada, acercándose al que llevaba la voz cantante, le dijo:
– Creo que no deberían denunciar a estos chicos. En mi opinión, una solución mejor sería que les llevaran el corzo muerto al cuartel y que suelten a la corza para que vuelva al monte. Uds. pueden considerarlo como un obsequio navideño, preparan una buena cena en el cuartel y aquí no ha pasado nada ¿Qué les parece?
Los guardias, se miraron el uno al otro; quizá pensaron que una negativa podría acabar con las sardinas en escabeche; movieron la cabeza, y encogiéndose de hombros en un claro gesto de aprobación, uno de ellos dijo:
– Nos parece buena idea, pero que suban también la corza; ya nos encargaremos nosotros de soltarla en Caboalles.
Llegado a este punto el anciano esbozó algo parecido a una sonrisa irónica, a la vez que pensaba en el destino final que sin duda habría tenido la pobre corza. Estaba seguro que todo su esfuerzo por evitar su muerte había sido baldío,
La nieve continuaba cayendo, ahora incluso con mayor intensidad. El anciano ya no dirigía su vista hacia la ventana. Sentado en su pequeño e incómodo sillón, sus pensamientos volaron hacia un soleado mes de julio cuando, cuando tras haber dejado atrás el puerto de Vigo y tras varios días de navegación, en una soleada mañana, apoyado en la barandilla de cubierta y contemplando por vez primera la inmensidad del mar, al fijar su vista en el horizonte, allá donde el cielo y el mar se juntan, un sentimiento de soledad –hasta entonces desconocido- invadió su espíritu. Aquel sentimiento era algo nuevo para él, ni siquiera en la oscura soledad de la mina lo había sentido. Cuando tras 25 día de travesía el barco atracó en el puerto de Santos, en Brasil, antes de descender a tierra fijó su mirada en la ingente cantidad de edificios de la ciudad, así como en la multitud que transitaba por el muelle, y él, que la ciudad más grande que había visto era Ponferrada, a la que había viajado una sola vez y con una permanencia de sólo un par de horas, por vez primera sintió miedo; ese miedo que nos infunde lo desconocido, y, en ese momento pensó si no habría cometido un grave error. Quizá no era consciente que aquel sentimiento, más que de miedo, era de soledad.
Trató de convencerse así mismo diciéndose que peor era la mina, y quizá para fortalecer su convencimiento, recordó aquel funesto viaje a Ponferrada a bordo de una camioneta de la MSP. Aquel día, un hundimiento en un taller del segundo de Calderón, había sepultado a un compañero suyo. Lo desenterraron tan rápido como habían podido y en una camilla, él y otros tres mineros, lo acercaron al hospitalillo de Villager. El médico, después de un rápido reconocimiento y de una cura de urgencia, ordenó su inmediato traslado al hospital de Ponferrada, y de nuevo, él y sus tres compañeros volvieron a coger la camilla y a depositarla en una camioneta de las que la empresa tenía para el transporte de material. En aquellos días, en Laciana, no se conocía lo que era una ambulancia. A instancias del doctor, los cuatro mineros deberían sostener la camilla en el aire para evitar que el continuo traqueteo de la camioneta, al circular por la infernal carretera de Villager a Ponferrada, agravara el estado del herido; y hete aquí, que aquellos cuatro mineros, vestidos con las ropas de la mina y sin poder siquiera lavarse la cara, sosteniendo en el aire la camilla, se vieron viajando camino de Ponferrada. Ya en la ciudad, cada vez que la camioneta se detenía en un semáforo, los transeúntes les miraban con el mismo asombro que mostraríamos hoy ante la presencia de un extra-terrestre. Cuando ya en el hospital bajaron la camilla de la camioneta, el herido, a pesar del cuidado con el que había sido transportado, había fallecido. Para liberar su mente de aquellos desagradables pensamiento, giró la cabeza hacia el otro lado, y la vista del monte Serrat, que circunda la bahía, le sirvió de tranquilizante; evidentemente, aquel pico no se parecía en nada al pico del Miro, ni siquiera al de Carracedo, pero no dejaba de ser un monte y él, en ese medio se sentía mejor que entre aquella gran muchedumbre.
Sin otros estudios que los de la escuela de Villager y sin más oficio que el de minero, el único trabajo para el que estaba capacitado era el de la construcción. Los primeros años, tanto desde el punto de vista económico como desde el de la adaptación, ciertamente habían sido difíciles, pero con el tiempo, por ser hombre trabajador y sacrificado, pudo salir adelante y en un par de años crear su propia empresa y, con ello, disfrutar de una buena posición económica. Eran tiempos en los que Brasil, a gentes trabajadoras y valientes, ofrecía grandes posibilidades. Durante años su empresa, aunque pequeña, le proporcionaba seguridad y estabilidad económica. Casado felizmente con una española, los años transcurrían dichosamente; solamente la llegada de la Navidad, en todos aquellos años, lejos de ser días alegres, entristecía su corazón. La nostalgia de las navidades vividas en Villager, en su adolescencia, junto a sus padres y hermanos, sembraba en él –cada año con mayor fuerza- el deseo de regresar a su pueblo, pero desgraciadamente, a su matrimonio le faltó el nacimiento de un hijo que pudiera continuar con la labor que él había emprendido, y no pudiendo abandonar su trabajo, los años fueron pasando sin que aquel sueño, el de regresar triunfante a Villager, resultara posible. Años más tarde, tras el fallecimiento de su esposa, y cuando él, por razones de edad, se vio imposibilitado para seguir con su empresa, aunque con gran dolor, no tuvo otra alternativa que venderla; claro que, más correcto sería decir: mal venderla, ya que como consecuencia de la precaria situación económica en la que había caído Brasil, en las últimas décadas y, consecuentemente, las continuas devaluaciones del cruzeiro, habían depreciado sus propiedades hasta límites en que todo su capital inmobiliario, a la hora de venderlo, se había convertido en poco menos que nada.
Viejo y cansado, la nostalgia de sus raíces había invadido todo su ser, y en su mente no cabía otra idea que no fuera la de regresar a su pueblo. Pero, aquella misma nostalgia que invadía su alma le impidió ver que su pueblo y su gente ya no eran tal y como él los recordaba: el pueblo había cambiado y las personas que lo habitaban, en su mayoría, ya no eran aquellas de sus años mozos, en el mejor de los casos; algunos, como él mismo había hecho, se habían marchado a vivir a otras ciudades; otros, por razones de edad, se habían ido para siempre; era el caso de alguno de sus hermanos, y los que aún seguían allí, al igual que él, también habían cambiado; para la mayoría de los habitantes del pueblo él era un perfecto desconocido; se daba el caso de que alguno de sus parientes –de los que aún quedaban- le miraban con cierta displicencia, pues, en el fondo, le consideraban un fracasado. Tal fue su decepción que, en un primer momento, sintió deseos de regresar a Sao Paulo, pero para mayor infortunio aquello no era posible, pues ya no tenía allí su hogar ¿Hogar? ¡Que ironía! Cuánto daría él por poder regresar al humilde hogar de antaño; humilde pero con el amor familiar que ahora tanto añoraba. ¿Cómo era posible tan terrible cambio? –se preguntaba, sin hallar respuesta-; incluso la Cantina, aquella especie de santuario de reuniones y charlas, había cerrado sus puertas para siempre; la fiesta del pueblo ya no era una romería como antaño; en el prado de la viuda ya no se jugaban los famosos partidos de fútbol entre casados y solteros; desde la que había sido su casa ya no se oía el silbar de la máquina arrastrando sus vagones camino del cargue de Calderón; ya no se hacían calechos al calor de un brasero, porque ahora las conversaciones se hacen chateando con los móviles o por whatsApp; la bolera del Ferreiro, juego al que tan aficionado él era, ya no existía, como tampoco existía su salón de baile; el bar El Recreo donde él tantas partidas de tute había jugado, hacía tiempo que era historia; ahora la desafección había llegado a tal extremo que ya nada importaba a nadie; en definitiva, nada de todo cuanto su mente recordaba se parecía a la situación actual; solamente la Navidad, por ese extraño poder que la envuelve, seguía teniendo el mismo sentimiento de antaño y, como en sus tiempos y muchos años antes, las familias seguían reuniéndose y emocionándose al escuchar un villancico, y en esos días los sentimientos de las gentes seguían siendo más profundos y menos materiales, y los recuerdos por los seres queridos, aquellos que se han ido para siempre, hoy como entonces, seguían aflorando con mayor intensidad, hasta el extremo que, a veces, aún a los considerados como más duros, les fuera difícil contener unas lágrimas. ¿Cómo sería la Navidad en aquella residencia –se preguntaba-, donde tanto dolor y desolación afloraba? ¿Sería su viejo espíritu lo suficientemente fuerte para poder soportar la nostalgia?
A través del hilo musical, a sus oídos llegaba la melodía de un villancico. Recostado en el pequeño e incómodo sillón, sus apagados ojos, inundados de lágrimas, fueron cerrándose poco a poco y, poco a poco, la melodía del villancico fue apagándose en su cerebro. Cuando una asistenta de la residencia llamó a la puerta de su habitación para decirle que bajara a cenar, nadie respondió. Aquel anciano de pelo y bigote blanco como la nieve que cubría la calle, con el corazón mortalmente herido por la pena, imitando a los salmones, había dejado atrás el mar para, a las puertas de una Navidad que no llegaría a vivir, remontar su río para venir a morir a las aguas en las que había nacido. El caprichoso destino no le permitió vivir la última Navidad, o quizá, considerando que ya había sufrido demasiado, quiso evitarle un nuevo sufrimiento.
Hoy, mientras escribo estas líneas, recuerdo la expresión de su rostro cuando el pasado verano le subí en coche hasta Buenverde. Era la expresión de quien, de pronto y de forma inesperada, se encuentra con algo muy querido y que creía irremisiblemente perdido. Mientras caminábamos lentamente por la senda que va de Buenverde a Braña Ronda, unos metros más allá de la Fuente el Oso, se paró y señalando con su cayado me indicó el lugar donde había cogido la corza. Aquel día me contó la historia de la cacería que acabo de relatar. Al contarme aquella historia creí ver la pena reflejada en sus ojos. De pronto, cuando entramos en el campo de Braña Ronda, se paró, me puso la mano sobre el hombro y me dijo:
– Gracias por traerme, jamás pensé que podría volver a pisar la hierba de Braña Ronda. Ahora ya puedo morir en paz..
Yo, que le conocí personalmente, antes de su marcha y después de su regreso, deseo dedicar a su memoria este pequeño recuerdo y, además, deseo dar fe que era un buen hombre, trabajador, honrado y amante de su famailia, y que allá donde quiera que se encuentre, estoy seguro, nos sonreirá y nos deseará Feliz Navidad.
Me encantan tus relatos piorno. Deberias prodigarte algo mas. No me parece juste que tengamos que esperar a la Navidad para que nos escribas uno.
Gracias, lo intentaré.
piorno, aunque no dices el nombre del protagonista de la historia yo me parece que se quien es y si es el yo pienso es cierto que era un buen paisano. Cuando yo muera me gustaría que dijeran lo mismo d mi.
Cazafoueces, sobre lo primero, si eres de Villager y más o menos de mi edad, seguro que lo conocías., En cuanto a lo segundo, si lo mereces, seguro que alguien dirá algo parecido, pero no tengas prisa.
22 diciembre, 2014 Hola Piorno!!!
Siempre nos sorprendes con hermosos relatos, me dio mucha emoción y melancolía recordando mucha gente conocida y familiares que no pudieron regresar a su tierra y al ocaso de la vida quedaron en lugares lejanos y sobretodo lejos de sus afectos. Precioso tu relato como siempre. “Eres un gran escritor”
Felicitaciones!!!!!!!!! Feliz navidad y que el 2015 sea un año de mucha Paz y Felicidad!!!!!
Gracias Maria Teresa, Igualmente para vosotros FELIZ NAVIDAD. Por cierto ¿no se te hace raro celebrar la Navida en verano?
Gracias amigo por tus relatos. Aunque no sé exactamente de quien se trata y, seguro que no llegué a conocerlo, me da la impresión de saber quien es, algo oí al respecto Solo una crítica, si así se le puede llamar, en los años del corzo no creo que existieran los bolígrafos en España, ¿o sí?.
Felices Navidades y próspero Año Nuevo.
Amigo Pucelania, gracias por la observación. El boligrafo lo inventó un periodista húngaro llamado Laszlo Jozsef Biró en el año 1938. Otra cosa es que la Guardia Civil de Caboalles, en la época de la mencionada cacería, ya lo tuviera. Puede que tengas razón y que en vez de bolígrafo fuera un lápiz de tinta, de aquellos que había que mojarlos en la boca para que escribieran.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo, también para ti y los tuyos.
Gracias una vez más, por tu cuento. Ya no concibo la Navidad sin uno de tus relatos, Siempre tienes el tema justo para hacernos sentir la ternura y la nostalgia de nuestra tierra. Yo no sé quien será el protagonista de esta historia, pero si sé de varios mozos que dejando atrás todo, familia, amigos, hogar y todo por lo que luchaban en el pueblo, se decidieron a dar el paso de abandonarlo todo por la ilusión de conseguir un mejor futuro, concretamente recuerdo a uno de ellos que emigró a Brasil cuando yo era una chavalina, y recuerdo la fiesta que organizamos para su despedida. Entonces pensaba, ¡que pena tiene que sentir al dejar atrás toda su vida y no saber lo que le espera tan lejos!. No creo q
pensar que ya no volverá
Algo hice mal, perdón por enviar, (sin querer), el mensaje. A
quí envío el resto:
No creo que sea este el protagonista de tu relato, pero de cualquier manera, este pobre anciano, al menos, pudo volver a sus raíces y descansar donde realmente quería.
Feliz Navidad, y que el Nuevo Año, nos conceda todas nuestras ilusiones.
Gracias Guaja. Efectivamente, el protagonista del relato era uno de esos mozos que tu mencionas, y aunque yo, por motivos que no vienen al caso, me haya centrado en uno en concreto, lo que con este relato pretendía era traer al recuerdo a todos aquellos mozos que un día tuvieron que abandonar sus hogares para entrar en mundo desconocido. Si como parece lo he conseguido, me siento enteramente satifecho.
Feliz Navidad y salud e ilusión para el nuevo año.
Señor Piorno, soy una participante pasiva del foro de Villager, casi desde su comienzo. Nunca me decidí a escribir, fundamentalmente porque nada interesante tenía que contar y además yo no soy de Villager y no quería entrometerme. Por otro lado, usted, nano35 y algún que otro forero pusieron el listón demasiado alto escribiendo a un nivel al que yo no llego. No me perdí ni uno solo de sus relatos, excepto el de las anteriores Navidades, ya que usted no lo publicó. Leyendo alguno de sus relatos las lágrimas se asomaron a mis ojos pero en esta ocasión fue mucho peor, tuve que interrumpir la lectura en varias ocasiones para secarme las lágrimas. El retrato que usted ha plasmado en su blog y por el que le doy las gracias, aunque con leves diferencias, se podría aplicar a un hermano mío que, como su protagonista también cruzó el Atlántico, aunque su destino no fue Brasil sino Argentina. Mi hermano, antes de irse, también era muy aficionado a la caza y como el de su relato también imitó a los salmones, para ya de muy muy anciano, venir a morir a su río.
Felices Fiestas y no deje escribir relatos en su blog.
Señora E.G.R, puesto que me trata de usted -nada tengo en contra- me veo obligado a usar el mismo tratamiento, aunque no sea lo usual en este tipo de comunicaciones.
Si después de tantos años mi mensaje navideño ha servido para que usted se decidiera a escribir, me siento doblemente recompensado; pero, permítame decirle, que la modestia cuando sobrepasa cierto punto deja de ser una virtud para convertirse en falsa modestia, y su escrito demuestra un perfecto dominio de la gramática.
Por otro lado, en el foro de Villager puede escribir quien lo estime oportuno sin que, precisamente, haya de ser nacido allí; y aun cuando no me corresponda a mí decirlo, nunca nadie ha sido rechazado por su lugar de nacimiento o porque su dominio de la gramática fuere mejor o peor.
Por favor, no tome mi comentario como una crítica, pues no deja de ser más que una opinión personal y, más allá de todo ello, le ruego acepte mi más sincero agradecimiento por sus bonitos y emotivos comentarios.
En esta ocasión, el ya clásico relato Navideño de mi buen amigo Piorno, ha volado tratando de posarse como siempre en el Foro de Villager de Laciana, pero viendo la Cantina de Luciano cerrada, con tristeza ha seguido vuelo y afortunadamente se ha posado en un lugar donde todos tus seguidores y amigos tenemos la fortuna de seguir leyéndote.
Creo amigo Piorno, que como los buenos vinos mejoras con los años, conjugando el buen decir, con la historia más verdadera que es aquella vivida por personas sencillas y nobles.
En ese bellísimo relato se pueden ver reflejados miles y miles de seres que apenas cuentan en <>, que son esos que poco a poco vamos perdiendo y cuyo recuerdo perdura solamente en sus seres mas queridos.
En tu relato nos señalas magistralmente una de las tragedias de nuestro pueblo de los últimos cien años, y aunque de una manera más digna continua en nuestros días, esto es, dejar tu patria, familia y amigos para tratar de encontrar una forma mas digna de vivir, aunque esto no sea siempre posible.
En tu relato escribes lo siguiente:
Viejo y cansado, la nostalgia de sus raíces había invadido todo su ser, y en su mente no cabía otra idea que no fuera la de regresar a su pueblo. Fin de la cita.
No creo querido amigo que se pueda resumir mejor en tan pocas palabras, la angustia que se siente (la he sentido) cuando lejos, muy lejos de tu lugar de origen, el único consuelo son los recuerdos.
Mi mas cordial enhorabuena por este bello Relato Navideño donde he disfrutado sabiendo que tú capacidad creadora de relatos sigue en alza.
Gracias amigo Nano35. Como te conozco muy bien, sé que tus palabras son sinceras. Tu análisis no viene dado únicamente por tus vastos conocimientos sobre hermenéutica, y tu comprensión sobre los sentimientos del emigrante no son sólo el reflejo y la aplicación de tus conocimientos filosóficos, son algo más; son tus propias vivencias, expresadas de forma magistral.
La señora E.G.R., en el anterior comentario, te acusaba de haber elevado el listón del foro de Villager a niveles a los que ella no podía llegar. Yo no lo interpretaría así; yo diría que con tu llegada al foro de Villager, éste sufrió una importante transformación tanto en su contenido como en sus formas y que, al margen del dominio de la expresión gramatical que posees, la sencillez de un alma poética y sensible supieron ganarse, desde el primer momento, la admiración y el respeto de la mayoría de los lectores del foro.
Aunque, ciertamente, el foro de Villager parece estar próximo a poner su punto final, los participantes en él, tanto los activos como los pasivos, recordaremos siempre la elegancia y las buenas formas de tu redacción y, por ello, te estaremos siempre agradecidos.
Me gustaría preparar en estos días un Árbol de Navidad muy especial, y colgar en lugar de regalos, los nombres de todos mis amigos, los de cerca y los de lejos, los de siempre y los que tengo ahora, los que encuentro cada día y los que veo de vez en cuando. Aquellos a los que siempre recuerdo y a los que a menudo olvido, a los constantes y a los inconstantes, a los de las horas alegres y a los de las horas difíciles, a los que sin querer herí y a los que sin querer me hirieron. Aquellos a los que conozco profundamente y aquellos a los que solo conozco por su apariencia, a los que me deben algo y a los que les debo mucho, a los amigos humildes y a los amigos importantes. Por eso los nombro a todos, a todos los amigos que han pasado por mi vida, a los que recibís este mensaje y a los que no lo recibirán. Un árbol de raíces profundas, para que vuestros nombres no se puedan arrancar jamás. Un árbol, que al florecer el año que viene, nos traiga salud, ilusión, amor y paz. Ojalá que por Navidad nos podamos reencontrar compartiendo los mejores deseos de esperanza, dando algo de felicidad a aquellos que lo han perdido todo.
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
Guaja
Preciosa felictación, amiga Guaja. Aunque ese árbol no crezca en la devesa, estoy seguro que allá, en lo más profundo de tu alma, hace ya muchos años que florece.
Muchas gracias por tus buenos deseos..
Como siempre un relato enternecedor, y válido para cualquiera que haya tenido que irse de su lugar de origen, por cualquier motivo, a si vuelta al cabo de los años siempre notará ese vacío que deja la ruleta de la vida, una vida que sigue inexorable y que por mucho que queramos no se repite.
Felices navidades y un 2015 lleno de salud y ganas de ….
Gracias Ferraxe, también para ti y los tuyos que el año 2015 cumpla todas tus expectativas.
Enhorabuena por el magnífico relato con que nos has deleitado. El tema de la emigración, además de ser entrañable y de despertar la fibra sensible, fue vivido por casi todas nuestras de familias.
No reconozco al héroe de tu escrito, pero por su edad fue contemporáneo de mi padre; que era el que me ponía al corriente de lo que acontecía en Villager. Desde que falleció además de la orfandad paternal también me dejó la sociocultural.
Gracias por hacer nuestra vida más agradable.
Un abrazo.
Gracias Teofichu por tus bonitas palabras. Puede que no hayas conocido al protagonista del relato que, como bien dices, era contemporáneo de tu padre y, para más señas, del barrio. Cuando él se marchó a Brasil, si no me equivoco, tú aún no habías nacido, pero a su familia sí que la conoces. Cuando nos veamos por San Lorenzo, como cada año, te diré quien era.
Feliz año 2015 para ti y los tuyos.
Querido Piorno, como siempre, conmovedor tu relato, yo te lo voy a decir claro, como conozco al vecino inmigrante de Villager , pues he llorado, porque cuando decían que el gobierno de España ayudaba a pagar los pasajes a los inmigrantes y venían cada dos año, él vino por lo menos dos veces que yo coincidí con él en casa de mi madre en Villager y recuerdo como me explicaba cuando se marchó a Brasil y los motivos y uno de ellos era ver a los mineros mayores que él los problemas que tenían para respirar cuando subían de la Cantina a la Ermita por la carreta de Orallo. Entre otros me habló de tu padre.
Por eso no he podido por menos que llorar.
Gracias por tener vivos los recuerdos. Besos. Xipla
Hola Xiplina,
Antes de nada quiero felicitaros el nuevo año, a ti y a todos los tuyos que, como tú bien sabes, los cosidero como una parte de mi familia.
Creo que has localizado el protagonista del relato, aunque, en realidad, era un recuerdo para todos los mozos de Villager que, en aquella época, emigraron a Brasil y Argentina.
En este blog, encima de este relato, econtrarás el «Olivo de Nano35». Supongo que lo recordarás colgado en La Cantina, y como allí, lamentablemente, ya no podemos verlo, lo he colgado aquí para quien quiera contemplarlo y releer el magistral texto que debajo de la fotografía escribió nuestro querido amigo Nano35.
Gracias Piorno, por tus buenos deseos para el año nuevo, nosotros también te deseamos lo mejor.
Ya he ido a visitar el olivo de Nano35, ¡cuántos recuerdos!, yo lo que quiero hacer es, si Nano me da permiso, una copia y enmarcarla para tenerla a la vista igual que el Alerce de la Viliella y el Abeto de Villager.
Buenos Reyes y besazos
Xipla
Hola Xiplina,
No creo que Nano tenga inconveniente en darte permiso, más bien lo contrario; estoy seguro que lo hará encantado. Como estoy seguro que Nano entrará en el blog, te recomiendo que en la página de El Olivo de Nano35 se lo comentes y así tendrás el permiso por escrito. Un abrazo para toda la familia.
Piorno.
Estimada y recordada Xipla,
Por nuestro común amigo Piorno, recibo la triste noticia del fallecimiento de tu señora madre, cuya perdida has dejado reflejada en el Foro de Villager de manera hermosa y con ese toque poético tan propio de almas sensibles como la tuya. Te acompaño en el dolor y que guardes su recuerdo en lo mas profundo de tu corazón.
Querida amiga Xipla, el cuadro del olivo colgado en la pared de la recordada Cantina, no me pertenece, es vuestro tanto como mio, pertenece al querido grupo de amigos que en un momento de sus vidas compartieron sus sueños y alegrías en un lugar que hoy solo existe en el recuerdo. Si como deseas quieres tenerlo, te lo puedo enviar de la forma que consideres más oportuna, o bien a través de nuestro amigo Piorno.
Gracias por saber de ti y hacerme recordar hermosos tiempos pasados.
Un cariñoso beso.
Nano35