Corría la noche de Reyes del año 1950. En una humilde casa de una pequeña aldea enclavada en los montes de León, sobre un raído y vetusto aparador anclado a la pared de una habitación que hacía las veces de salón-comedor, una pequeña caja de cartón, conteniendo una escopeta de disparar corchos, esperaba que alguien la bajara y la depositara junto a la zapatilla de un niño que, antes de acostarse, y con desbordada emoción, debería haber colocado a los pies de su cama, esperando que, con el amanecer del nuevo día, un juguete, justamente el que él había pedido a los Reyes Magos, aparecería junto a su zapatilla. La caja, envuelta en papel con dibujos navideños, esperaba que el niño se durmiera y, ayudada por la magia de la noche de Reyes, debería descender del aparador, donde llevaba oculta desde hacía varios días, para colocarse junto a la zapatilla de un niño que habría saltado de emoción al verla; pero, por los designios del destino, la magia de los Reyes Magos esa noche se rompió, y la caja permaneció inmóvil sobre el viejo y descolorido aparador.
Aquella aldea, en aquella noche de Reyes de 1950, como era habitual por esas fechas, se hallaba prácticamente sumergida en un mar de nieve, y, en aquella humilde casa, una mujer y un niño se hallaban sumergidos en un mar de lágrimas: el cabeza de familia, esposo de la mujer y padre del niño, sin haber llegado a cumplir los 50 años, fallecía a consecuencia de la silicosis; enfermedad contraída por el efecto de haber trabajado en la mina desde su adolescencia, dejando a su familia en la más penosa situación económica que nadie pueda llegar a imaginarse.
Aquel niño no llegó a colocar su zapatilla a los pies de su cama, porque aquella noche no se acostó, pues, a pesar de su corta edad, se pasó toda la noche, al lado de su madre, velando el cadáver de su padre. Aquella caja envuelta en papel con motivos navideños, dos días más tarde, bajó del aparador, pero no para sacar la escopeta y dársela al niño para que jugara con ella, finalidad para la que había sido comprada, sino para devolverla al comercio –el único comercio que había en la aldea- donde había sido adquirida; compra que, como era norma en el pueblo, se había hecho a crédito –sin intereses- y no se pagaba hasta el día 10 de cada mes, fecha en que los mineros cobraban su salario. Cuando la madre del niño, al día siguiente del funeral de su esposo, fue a devolver la escopeta, el comerciante, conocedor de la situación económica en que aquella mujer había quedado, ni siquiera le preguntó por el motivo de la devolución.
Sabido es que a los niños, al día siguiente de Reyes, les gusta salir a la calle, a pesar de la nieve, para mostrar sus juguetes a todo aquel que quiera verlos. Cuando los amigos del barrio le preguntaban qué le habían traído los Reyes Magos, él se limitaba a repetir lo que su madre le había dicho, que no le habían traído nada, porque como su casa estaba metida en el monte y allí había más nieve que abajo, los camellos no habían podido pasar.
La sorpresa se produjo cuando pasados un par de días desde aquel en que habían devuelto el juguete al comercio, el niño entró en casa con la escopeta en la mano. La madre, al ver a su hijo, que con gran alborozo le mostraba la escopeta, la misma escopeta que ella había comprado y devuelto al comercio, con gesto de incredulidad y a duras penas pudiendo sacar la voz del cuerpo, preguntó a su hijo:
-¿De dónde has sacado esa escopeta?
– Me la dio el tendero –respondió el niño-. Me dijo que los Reyes Magos, como no habían podido llegar a nuestra casa por culpa de la nieve, se la habían dejado a él para que me la diera tan pronto como pudiera venir a vernos.
Finalmente, una vez más, la magia de los Reyes Magos, a través del corazón de un buen hombre, se había producido.
Piorno
Amigo Piorno, triste Noche de Reyes la de la familia de tu relato. No sé cual situación es más triste, si la del niño que esperó en vano la magia de un regalo que no le llegó en la noche de la ilusión, o la de la madre que con el corazón roto tuvo que sacrificar esa ilusión de su hijo sabiendo que no podría pagar el juguete que esperaba con impaciencia. Él sabía que se había portado bien a lo largo de todo el año, había ido a la escuela, hecho los deberes, ayudado con el ganado, recoger leña en el monte para encender el fuego, y realizado sin protestar las tareas que sus padres le encomendaban…. Pero la triste realidad borró de un plumazo todas sus ilusiones. La muerte de su padre hizo que todo lo demás careciera de importancia. Pero como no todo puede ser malo en esta vida, está presente la figura del Rey Mago en la persona bondadosa del tendero que no podía dejar de pensar en la triste situación de esa madre y ese hijo y quiso poner su magia personal para devolver la ilusión al chiquillo, y el eterno agradecimiento a la madre.
Ojalá que siempre haya algo en nuestras vidas que nos haga ser generosos y poner un instante de felicidad en los que tenemos alrededor.
Gracias por tu relato y un abrazo,
Guaja
Mi buena amiga Guaja,
Con tu habitual sensibilidad y tu bella forma de redactar, has dado unas certeras y emocionantes pinceladas a mi relato. Casi me atrevería a decir que has conocido al niño de la historia; porque, permíteme decirte, que este relato, aunque pueda parecerse a un cuento, en realidad, es una historia de principio a fin. Y, o bien has conocido a aquella familia, o tengo que pensar que eres una experta en hermenéutica. Sea como fuere, te agradezco que hayas agregado esas frases al relato; frases que yo tuve in mente al escribirlo, pero que, por motivos que no vienen al caso, no escribí.
Una vez más, muchas gracias.
Un abrazo
Piorno
Amigo Piorno,
Es cierto que en tu relato se adivina más la realidad que la ficción. Al leerlo, aunque no reconozco en tus personajes a los verdaderos protagonistas, me resultó triste el pensar que era cierto lo que contabas. Casi siempre sitúas lo ocurrido en torno a los sitios y personas que pudiéramos conocer. En este caso no sé quien son, pues en ese tiempo yo no pasaba las Navidades en Villager, solo disfruté de la Noche de Reyes en los años de la guerra civil, que es la época que pasé allí, en la casa de mis abuelos maternos, y entonces era muy pequeña para darme cuenta de las cosas que ocurrían. Como no conocía otra cosa, los regalos que recibíamos entonces mi hermano y yo eran, poco más que unos caramelos y algún juguete sencillo. En mi caso siempre recordaré una muñeca de trapo hecha por mi madre con sus trenzas de lana y los ojos y boca bordados con hilo, y un sencillo vestidito que a mí me pareció lo más bonito del mundo. Por eso me llenó de pena el caso de ese niño que describes en tu relato, y ahora que nos cuentas que es una historia real, siento aún más pena todavía. Si aún vive ese niño, ya convertido seguramente en abuelo, y tu sabes de él, hazle llegar un abrazo de mi parte y el sentimiento que me inspiró al leer su triste Noche de Reyes, y que a buen seguro, sus nietos, si es que los tiene, vivirán esa noche como la viven los niños de ahora, con tantos regalos que difícilmente los podrán apreciar tanto como nosotros en nuestra infancia apreciábamos lo poco que encontrábamos en los zapatos en aquella mañana del 6 de Enero.
Un abrazo,
Guaja
Hola Guaja. Como bien dices, el niño del relato ya es abuelo. Le conozco, conozco a sus hijos y también a sus nietos. Seguro que para sus nietos tiene él todo aquello que, los difíciles tiempos de la posguerra, a él, como a tantos otros niños, negaron; y, en su caso, incluso el profundo cariño que los abuelos profesan a sus nietos y que él tampoco tuvo, pues no llegó a conocer a ninguno de sus abuelos, fallecidos antes de que él naciera.
Cuando le vea, le daré tu recado y un abrazo, de tu parte. No me cabe duda que te lo agradecerá, y hasta es posible que se le humedezcan los ojos al recordarlo.
Un abrazo
Piorno
Alguien me ha enviado esta “carta” tan especial y quiero compartirla aquí, con todos vosotros para que la leáis. Se me saltaron las lágrimas….
CARTA DE UN PERRO A SU AMO.
A MI AMO: A ti, que eres mi jefe, mi líder, mi guía, necesito decirte algo.
Piensa que desde el momento en que me escogiste para llevarme a vivir contigo, a partir de entonces, te entregué mi vida de manera absoluta, incondicional. No me importó que tipo de casa tenías, dónde me ibas a alojar, que me darías de comer, nada. Lo único importante para mí, es que me habías elegido.
Crecí a tu lado aprendiendo lo que querías enseñarme, saliendo a pasear cuando tu lo dispusieras, y aprendí también a quedarme en casa solo, esperando por ti el tiempo que fuera necesario, y mi mayor alegría era oírte y verte al regresar. Por supuesto que te aceptaba sin importar el estado de ánimo que trajeras, yo lo entendía y me adaptaba a él de inmediato, si venías alegre yo me entusiasmaba contigo y estaba dispuesto a lo que tu quisieras, salir a caminar, jugar con la pelota, lo que fuera…Tu alegría era mi alegría. Si venías enojado trataba de hacerme pequeño, no molestar, esperar a que te calmaras, y si venías enfermo o cansado, me quedaba a tu lado, cuidándote, vigilante, alerta…
Pasamos los años compartiendo, aprendiendo un poco cada día como éramos los dos. Me siento muy feliz de sentir como ha crecido el amor entre nosotros, nos gusta estar juntos divertirnos, aprender cosas, pero…no sé si tú lo sabes, yo voy a envejecer antes que tú, mi cuerpo sentirá los estragos del tiempo y es de eso que quiero hablarte…
Cuando envejezca, por favor, cuídame, no me abandones. Quizá tenga problemas para oír o para ver como antes, quizá mi caminar sea más lento, pero sigo siendo tu compañero de siempre, acéptame con las limitaciones que vaya trayendo la edad, y busquemos nuevas formas de disfrutar la vida. Tal vez no pueda ir por la pelota con la velocidad de antes, pero puedo aprender nuevos trucos.
Y cuando el tiempo o la enfermedad te indiquen que ya no puedo más, déjame ir con dignidad. No esperes que el dolor o la debilidad acaben conmigo. Te he entregado mi vida hasta el punto en que tú puedas decidir cuándo ayudarme a terminar. Sé que esta decisión te entristecerá mucho, pero por el mismo amor que me tienes, no prolongues inútilmente una situación en la que los dos estaremos sufriendo. Yo sé que tomarás la decisión en el momento correcto. Déjame ir y quédate con nuestros recuerdos, que yo llevaré grabado en mis ojos y en mi corazón la imagen del ser vivo que más amé en la vida.
CON AMOR, TU PERRO.
El que tenga o haya tenido perro, o quien haya tenido que tomar en algún momento esta decisión, sé que lo comprenderá…..
Abrazos,
Guaja.
Amiga Guaja,
No es de extrañar que se te hayan saltado las lágrimas leyendo la carta. Quien quiera que sea el autor de ese escrito merece ser efusivamente felicitado por varios conceptos. En primer lugar, porque demuestra un gran sentimiento de cariño hacia la raza canina; yo no llamo animales a los perros, por el simple hecho de que no hablen -con las cuerdas vocales-, naturalmente, porque con los ojos ya lo creo que hablan, y con claridad meridiana. Hay humanos que se pasan el día hablando y se les entiende bastante peor que a los perros, y sin embargo, sólo por eso, no les llamamos animales, aunque no pocos se lo merecerían. En segundo lugar, por dar voz a lo que el mejor amigo del hombre diría si sus cuerdas vocales se lo permitieran. En tercer lugar, por tener la sensibilidad necesaria para introducirse en la mente de su perro y contarnos, de forma magistral, lo que nuestro perro nos habría escrito -si supiera escribir-. Pues, yo, como la inmensa mayoría de los que tenemos o hemos tenido perros, que los hemos tenido en nuestros brazos siendo cachorros, que hemos correteado y jugado con ellos en su etapa de adultos y que, finalmente, hemos convivido con ellos su vejez y su muerte, estoy convencido que esas serían sus palabras hacia nosotros si pudieran hablar. Yo he tenido varios perros y de varias razas y, afortunadamente para mí, no me he visto en la necesidad de tener que sacrificar a ninguno de ellos; dudo mucho, en el caso que hubiera sido necesario, que hubiese tenido el suficiente valor para aplicarle la autanasia. De lo que si puedo dar fe, es que, cada perro que se me ha muerto, algo mío murió con él.
Un abrazo
Piorno-Kirschenfeld
Amigo Paco,
Pues no sabes la suerte que has tenido al no haber tenido que tomar esa decisión con ninguno de tus perros. Yo la tuve que tomar, bueno, mejor dicho la tomaron por mí mis hijos con Curra, una cocker spaniel que tuvimos durante 18 años. creo que en alguna ocasión ya te he hablado de esto. Había llegado a tal deterioro que solo se movía arrastrando las patas de atrás. Hasta que un día mi hijo David, me hizo entender lo que estaba sufriendo, y aunque es veterinario, no lo pudo hacer él, la llevó a que la sacrificaran. Recuerdo como si fuera ahora el momento de salir de casa con ella en brazos, me clavó una mirada tan triste, como de despedida, sabiendo que ya no volveríamos a vernos nunca. La llevaron tres de mis hijos a enterrar a Villager y siempre que veo el sitio donde está, se me llenan los ojos de lágrimas. Sé que todos los dueños de perros piensan que el suyo es el más cariñoso y el más listo, pero en el caso de Curra, en muchas ocasiones nos decíamos: «cualquier día nos sorprenderá hablando», por la intuición que tenía y que nos dejaba pensando, ¿como es que sabe tal cosa?…
Algunos de mis nietos y mis hijos no hacen más que darnos la vara para que nos hagamos con un perrito pequeño, dicen que si nos haría compañía, que si nos obligaría a salir a pasear mucho más, que si dan mucho cariño….,pero yo solo sé que de ninguna manera quiero volver a pasar por una situación como la que pasé con Curra.
Aunque bien mirado, dada la edad que tengo, a lo mejor era el perro el que tenía que tomar esa decisión conmigo….Ja, ja, ja.
Saludos, Guaja.