Sobre el camino, una capa de nieve cercana al metro de espesura y, sobre la nieve, una estrecha y profunda senda hecha por los caminantes a golpe de botas de goma y madreñas herradas con clavos; en el aire, copos de nieve que flotando semejaban minúsculas bailarinas danzando al compás de un villancico que se escuchaba a través de una entreabierta ventana, adornada con pequeñas y tenues luces de colores; y en la claridad que la nieve da a la noche, chimeneas lanzando al aire columnas de cálido humo con olor a leña que, en forma de zigzagueantes tirabuzones, trataban de abrirse camino entre un tupido bosque de blancos y grandes copos; precioso cuadro que, cual invisible altavoz, parecía anunciar la llegada de la Navidad. Y por aquella senda, en el slencio de la noche, con paso vacilante y cansado, un hombre, de edad avanzada, caminaba sin prisa ni destino determinado. La temperatura, como sucede siempre que nieva intensamente y de forma serena, era agradable, y los copos de nieve que cubrían su cuerpo, al menos de momento, no parecían incomodarle lo más mínimo; un abrigo de grueso paño, una bufanda de lana, un sombrero de piel y de ala ancha y un par de buenas botas de cuero bien curtido, al igual que las polainas, contribuían a que las inclemencias meteorológicas no impidieran al anciano disfrutar del nocturno paseo.
Al llegar frente aquella entreabierta ventana a través de la que, en el silencio de la noche, un hermoso villancico completaba el cuadro navideño, el hombre se detuvo y girándose hacia aquellas tenues luces de colores, apenas perceptibles a través de los cristales, se quedó inmóvil, extasiado y emocionado. El villancico y el parpadeo de aquellas tenues luces de colores llegaban a su mente en forma de miles de tintineantes campanillas que entonaban una dulce melodía. Difícil sería calcular el tiempo que aquel caminante se quedó parado frente a la ventana, pues avanzada ya la noche, y aún cuando ya no se escuchaban villancicos y las tenues luces de colores se habían apagado, en su cerebro las campanillas seguían repicando; aquellas campanillas que con indescriptibles tonos y acordes, cual celestial melodía, hacían que el anciano caminante continuara inmóvil en medio de la senda, como si una invisible fuerza lo retuviera atrapado en ella; senda que, poco a poco, como consecuencia de los enormes faloupos que, lenta pero incesantemente no paraban de caer, iba desapareciendo. Aquella blanca senda que, sin que él fuera consciente, le estaba acercando a la cima de su existencia.
Transcurrían las horas y aquel hombre parecía ajeno al temporal de nieve que le estaba convirtiendo en una blanca estatua viviente; parecía no percatarse que las luces se habían apagado, que los villancicos habían cesado y que las zigzagueantes columnas de humo se habían disipado. En realidad, él ya había dejado de escuchar los villancicos mucho antes de que éstos concluyeran, y ya había dejado de contemplar las luces de colores mucho antes de que se hubieran apagado; aquellas melodías y aquellas luces anunciando la llegada de La Navidad le habían transportado a otra época; y, como si de la máquina del tiempo se tratara, su mente había viajado a otros tiempos, a la de los años de su niñez. Por esa magia con que la Navidad impregna a los hombres, él se veía siendo aún un niño; se veía correteando por los nevados prados con su inseparable amigo -un enorme mastín- el cual, en no pocas ocasiones, le hacía las veces de caballo; recordaba el estado de alegría que la Navidad le proporcionaba y recordaba como la noche de Noche Buena, después de cenar y comer un trozo de turrón duro –con razón lo llamaban duro, pues había que valerse de un grueso cuchillo y de un martillo para romperlo- sus padres y sus hermanos cantaban villancicos y -al menos a él así le parecía entonces- todos cantaban y reían felices. Recordaba con emoción un pequeño belén que, en vísperas de Navidad, su madre se afanaba en adornar como mejor podía, pues apenas si contaba con media docena de pequeñas figurillas de barro –bastante ajadas, por cierto- que, como ella repetía incesantemente cada vez las sacaba de una no menos ajada caja de zapatos donde las guardaba, habían pertenecido a su bisabuela, y cierto había de ser, porque, colocando aquellas figurillas, sus ojos se llenaban de lágrimas, que ella trataba por todos los medios de disimular. Junto a aquel humilde belén, que a él le parecía algo grandioso, unos días más tarde, cuando la llegada de los Reyes Magos se produjera, él colocaría una de sus zapatillas esperando algún juguete; cierto que no todos los años los magos de oriente le dejaban otra cosa que no fueran unas avellanas y unas nueces, y su madre, para consolar su decepción, solía decir que, probablemente, a causa de la nieve, los reyes no habían recibido su carta y por ello, únicamente, le habían dejado las avellanas y las nuesces. El próximo año – le decía – deberás escribirles con más antelación para asegurarte de que van a recibir tu carta.
Transcurridos los años y siendo ya adolescente, si bien la Navidad seguía siendo para él una fecha entrañable, lo cierto era que, en buena medida, el sentimiento que ese acontecimiento le invadía, ya no era el de aquella alegría que él había sentido siendo un niño; en la cena de Noche Buena, ahora, las sillas de sus padres y la de uno de sus hermanos estaban vacías, y su recuerdo se hacía más relevante, aportando una gran dosis de tristeza, y ese recuerdo, sin poder evitarlo, contribuía a empañar el sentimiento de paz y felicidad que la Navidad le había proporcionado en otros tiempos. Años más tarde, siendo ya un hombre y padre de familia, cuando en cada Noche Buena, en compañía de su mujer y sus hijos, se sentaba a la mesa, parecía que su alma recuperaba los sentimientos de paz y alegría de antaño, pero el recuerdo de sus padres y hermanos volvían a su mente con gran intensidad provocando en él, al unísono, una mezcla de felicidad y tristeza difícilmente explicable. -¡Qué tendrá la Navidad –se preguntaba- que, aún los no creyentes, cuando esa fecha se acerca, sienten como los recuerdos de los seres queridos que ya se han ido, se hacen más patentes que en el resto del año!-
Ahora, cuando ya había recorrido la senda de su vida, una vez alcanzada la cima de su existencia, la llegada de La Navidad acrecentaba su sentimiento de soledad y tristeza, al tiempo que los recuerdos de los años vividos en compañía de sus seres queridos, eran un lastre demasiado pesado para su viejo, cansado y herido corazón; el cual, desde ya hacía un tiempo, parecía amenazar con dejar de latir. Los entrañables recuerdos de otros tiempos chocaban frontalmente con la perspectiva que, desde la cima de su existencia, tenía al escudriñar, en lo más profundo de su alma, el camino recorrido. Desde aquella cima, contemplaba, palmo a palmo, todo el trayecto de aquella escarpada senda que él, con tantas alegrías -unas veces- y tristezas -en otras- había recorrido a lo largo de su dilatada vida; senda que él, sin ser del todo consciente, y empujado por la mano del tiempo, había ido subiendo con incomprensible prisa, sin pararse a pensar que una vez alcanzada la cima ya no hay más senda y que el camino recorrido no tiene retroceso. Ahora, aunque tarde, comprendía que la ilusión no está en conseguir la cima, sino en el recorrido que hacemos para alcanzarla. Ahora, aunque tarde, se preguntaba si había valido la pena soportar tantos esfuerzos, privaciones y sacrificios en pos de conseguir una vida sin las penurias sufridas por sus padres en los tiempos en que él era un niño; se preguntaba si los niños y también los adultos de ahora, por el simple hecho de poseer un mejor bienestar, eran más felices que los de su época; se preguntaba, también, si todo cuanto había dejado en el camino por conseguir ese bienestar, durante su escalada hacia la cima, había tenido algún sentido; pero aquel camino, para bien o para mal, era un camino sin retorno y, lamentablemente, nada de lo hecho podia deshacerse.
Aquel anciano que parecía haberse emocionado al escuchar un villancico, y que extasiado parecía contemplar las luces navideñas hasta haber perdido la noción del tiempo, lo que en realidad hacia no era, sino, desde la cima de su existencia, recorrer, mentalmente y por última vez, la escarpada senda de su vida, y, al contemplarla, un sentimiento de paz eterna porvocó en él un profundo y último suspiro; suspiro que, brotando desde lo más profundo de su alma, se confundió con una exclamación de tristeza: ¡Dios mío, cuantas tumbas sembradas al borde del camino!
FELIZ NAVIDAD PARA TODOS LOS LECTORES DE ESTE BLOG Y QUE EL NUEVO AÑO 2016 OS TRAIGA SALUD, PAZ Y BIENSTAR.
Piorno
Piorno, triste y real tu relato de este año. y es que revela cuanto de cierto hay en nuestras vidas. La que vivieron nuestros antepasados es verdad que fue muy dura, solo pensando en trabajar para sacar adelante a su familia, sin descanso ni reposo, sin tener otra ilusión que vivir en paz y estar rodeados de los hijos y nietos que eran su única alegría. Hay una frase que dice “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”, ¡qué gran verdad!.
No quiero entrar en profundidades, pero es cierto que el consumismo ha destruido en gran parte nuestros principios, que son sin lugar a dudas, la paz, el amor y la tranquilidad en la familia. Solo quiero decirte que tu relato es parte de lo que hemos perdido a lo largo de nuestra vida, la ilusión por disfrutar sin pensar en poseer. Que sepamos darle a valor a todo lo importante que tenemos, nuestra familia y los amigos que nos rodean, que al fin y a la postre es nuestra mejor posesión.
Yo también quiero felicitar a todos, amigos, conocidos y a los que no conozco. Que en estas fiestas y siempre, les deseo salud, felicidad, bienestar y PAZ así, con mayúsculas para todos los pueblos de la tierra.
Gracias
Tu relato amigo Piorno pude parecer triste pero no lo es, es como la vida misma, una serie de circunstancias y vivencias que hay que afrontar y tratar de superar cada uno de la forma y modo que considere más idónea. Todos sabemos que la vida es “tragedia” -como sabes quien sentenció-, y por lo tanto se van acumulando en el transcurso de los años un acto tras de otro de este gran espectáculo.
Cuando se esta tan cerca del “ultimo acto”, no se piensa en el final de la obra sino lo acontecido en el acto primero, en aquel niño que con tan poco era tan feliz y muy especialmente en aquellos seres queridos que sin apenas darnos cuenta se nos han ido marchando. Y esto es lo que considero una continuación de nuestro ser, su recuerdo, ya que somos lo que recordamos esperando que en su momento también nos recuerden.
Querida Guaja, tu nombre ya lo puedes ver en aquel cuadro de la Cantina que se ha colgado en el Blog, y recuerda que antes ya estaba bien grabado en los corazones de tus amigos.
FELIZ NAVIDAD.
Nano35
Gracias, Nano, claro que he visto mi nombre en tu olivo. Y lo que más agradezco es que me recuerdes que sigue bien grabado en el corazón de mis amigos, eso espero. Siempre he pensado que lo más importante que tenemos las personas son la familia y los amigos. La familia es un bien que recibimos al nacer, y yo personalmente, doy gracias a Dios por la que me ha tocado, que es numerosa y entrañable, pero a los amigos los escogemos nosotros y ellos nos escogen, por lo que tenemos que cuidarlos y no dejar que se pierdan en el recuerdo.
Yo también os deseo Feliz Navidad.
Guaja
Piorno, no te conozco pero después de leer tu relatos parece que tu si me conoces, ya que has relatado mi propia vida. Soy un hombre que también está próximo a alcanzar esa cumbre que tu mencionas.y leyendo tu relato me he visto retratado a mi mismo. Tus preguntas me las hice yo muchas veces en los últimos años.
Como soy un lector de tus relatos he intentado averiguar tu identidad. Alguien me dijo que eres de Villager y hasta me dieron alguna pista más. Si eres quien yo pienso, puede que hasta me conozcas, ya que quien yo pienso, cuando era un chaval pasaba mucho tiempo en Caboalles.
Yo también quiero felicitarte la Navidad y pedirte que no hagas caso de ciertos comentarios y que sigas escribiendo.
MI CARTA A SUS MAJESTADES LOS REYES MAGOS.
Con gran respeto me dirijo a Vuestras Majestades, para exponer humildemente lo que agradecería encontrar en mis zapatos este nuevo año:
La ilusión para enamorarme de la vida al abrir los ojos cada mañana. La paz para agradecer el calor del sol y sus mágicos colores. La ternura para darme cuenta cada día que las personas que tengo a mi lado son cada vez más, lo mejor de mi vida. El valor para agradecer los presentes del alma, los momentos de paz, las historias que han pasado por mi vida y las de los niños que forma parte de ella, y cada uno de los juegos que en el cielo dibujan las nubes cada día.
Fuerza para vencer mis miserias…
Un corazón capaz de sentir todos mis amaneceres y tantos atardeceres que he disfrutado. Alguna mirada cómplice o una pequeña sonrisa de la persona que tengo a mi lado, y un gran cesto cargado y lleno de la inocencia y la curiosidad de los que inician su vida. La ternura de quien por primera vez se siente enamorado y la sonrisa en los ojos del que abre su corazón para compartirlo con alguien. El amor, y quizá la paz, para darnos cuenta que en los caminos las personas agradecerían nuestra mano firme, un pequeño consejo, o simplemente hacerles saber que su instante de felicidad es importante para nosotros.
Una larga sucesión de días en los que sintamos, al cerrar los ojos, que alguien ha sido feliz a nuestro lado. Tiempo para comprender que en nuestra vida hay todavía miles de rincones que aún no hemos descubierto y miles de imágenes que han pasado por delante de nuestros ojos y que no hemos tenido la ternura de valorarlas.
Comprensión y bondad para aceptar que las cosas o las personas no son como quisiéramos, y toneladas de capacidad para perdonar sin guardar resentimientos.
Humildad para pedir perdón, sinceridad para enfadarnos con nosotros mismos y no buscar culpables de nuestros errores. Claridad para reconocer nuestros defectos, fuerza para vencerlos y para cada día seguir luchando. Intuición para sentir al que nos necesita y saber que espera de nosotros. Ternura para sentir cuanto nos están amando aunque nosotros no lo entendamos. Capacidad para dejarnos sorprender por los que tienen el corazón lleno de amor para compartir.
Y por último, que al pasar la última página del próximo año, pueda sentir que he pasado haciendo el bien. Este siempre será el mejor regalo.
Sé que todas estas cosas son muy difíciles de conseguir, pero por favor, ¡lo deseo tanto! Quizá vosotros podáis hacerlo….Por algo sois Magos.
Amiga Guaja,
Hermosa carta, tu carta a los Reyes Magos. Creo no equivocarme si digo que todo eso que pides, a ti, hace tiempo que te lo han traído. Ahora bien, es fácil deducir que tú no lo estás pidiendo para ti sino para toda la humanidad y, para eso, mi buena amiga, 3 Reyes Magos no son suficientes; hasta dudo que un milagro lo fuera. Hermosos deseos dignos de un alma noble y una mente clara, pero, como tú bien dices, difícil resultaría conseguirlo, al menos mientras este mundo no sea fundido de nuevo.
Piscardo,
Antes de referirme a tu mensaje, quiero darte las gracias por ser un lector de este blog y, sobre todo, por escribir en él.
No sé si nos conocemos, porque no tengo la menor idea de quién eres. No te moleste el que no te dé ninguna pista mía, aunque por otra parte y por lo que dices, tengo la impresión –tal vez me equivoque- que ya te han dado más pistas mías de las que mencionas.
Creía que solamente los bilaxius –bien los residentes en el pueblo o en la diáspora- entraban a leer en mi blog, y no te imaginas como me congratula que también algún piscardo se asome a esta ventana.
De tus comentarios deduzco que somos de una edad parecida. Tal vez, si tú me dieras alguna pista, podría decirte si nos conocemos. Ya sé que es una insolencia por mi parte insinuar que me des alguna pista cuando yo no lo hago, pero…
En cualquier caso, una vez más, muchas gracias y seas bienvenido
Hola Piorno:
No tienes que agradecerme nada, el unico que tiene que agradecer soy yo por los buenos ratos que paso leyendo tus relatos.
Voy a contarte algo que si lo ercuerdas es que eres el que yo pienso. Hace unos 40 años fuimos a pescar a un rio en las cabeceras de Asturias un pariente tuyo que vivia en Caboalles y yo. tu viniste con nosotros de acompañante. Estuvimos desayunando en un chigre y nos hicieron una buena tortilla de patatas, unas lonchas de jamón y una botella de vino. Tu compraste un sombrero de paja y cuando pediste la cuenta el chigrero te dijo que eran 22 pesetas. Tu le digiste que pagabas lo de los tres no solo lo tuyo y el te dijo que eso era el total. Tu dijiste que aquello era regalao, entonces un paisano que estaba sentao en la barre te puso verde por decir que era muy barato. Me acuerdo que te dijo ustedes los turistas tienen mucho dinero y vienen diciendo que tienen que subier el precio.Tu entonces estabas por el extranjero y estabas acostumbrao a otros precios, Supongo que no vas a decirme si te acuerdas pero asi sabras quien soy yo. Aquel dia no pescamos gran cosa pero lo pasamos muy bien con tigo, yo lo recuerdo amenudo. Tu pariente murio ya hace años y yo ya estoy llegando al pico del camino como tu dices.
Un saludo, creo que ya sabes quien soy.
Amigo Piscardo,
No puedes imaginarte lo que me reí a leer tu comentario. Efectivamente, has dado en el blanco, yo el que tú has creído que era. Recuerdo aquel día de pesca; bueno, lo que es pescar, si no recuerdo mal, no pescastéis nada. Y, naturalmente, recuerdo la anécdota del señor que estaba sentado tanquilamente en la barra del bar y al oir mi comentario con el camarero, saltó como si tuviera veinte años. No recuerdo la cifra tan exactamente como tú, pero del resto ya lo creo que me acuerdo. Pedes creemer que esa anécdota la comentaba con mi cuñado con frecuencia.
Me he alegrado al ver que sigues ahí y con ánimo para sentarte ante un ordenador. Espero que el año que acaba de empezar te triaga salud y que no pierdas el humor que siempre has tenido.Por cierto, ¿sigues viviendo en Caboalles? Si no quieres contestar en el blog, hazlo a mi correo electrónico, porque si sigues en Caboalles, en alguna de mis escapadas a Laciana iría a visitarte. El correo es: piorno@live.com
Un fuerte abrazo.