LUIS SIERRA ÁLVAREZ
Alberto Cortez, en una de sus canciones, escribió:
“Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío,
que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”
Muy cierto. Ese es exactamente el sentimiento que en estos momento anida en mí espíritu. Hoy, 12 de enero de 2024, a la edad de 90 años se fue para siempre mi buen amigo Luis Sierra Álvarez, nacido en Villager de Laciana, pueblo de la montaña de León, lugar donde transcurrió toda su vida. De profesión brañeiru, agricultor y minero; hombre íntegro, donde los haya habido; trabajador infatigable y duro como el pedernal. Me siento orgulloso al decir que fue uno de mis mejores amigos. Junto con otro gran amigo, César Alonso, también de Villager, muchas veces recorrimos -andando, cuando aún éramos relativamente jóvenes, en coche todo terreno, cuando los años ya pesaban demasiado- montes y brañas de Villager y alrededores. Primero se nos fue César, y aunque Luis y yo seguimos subiendo -sólo dos veces- a Buenverde, ya no era lo mismo, nos faltaba algo, nos faltaba nuestro amigo César.
Recuerdo, y nunca olvidaré, la última subida que hicimos Luis y yo a Buenverde en agosto de 2022. Como siempre, a la hora de comer la merienda nos sentamos a la mesa en la cabaña refugio. ¡Qué diferencia con aquellas otras meriendas! Allí donde tantas veces habíamos merendado los tres, meriendas que eran a base de chorizo, cecina, torreznos y, sobre todo, una incomparable tortilla que preparaba como nadie la mujer de Luis, ahora, en el silencio, que como un invisible fantasma reinaba en la cabaña, Luis, sin poder reprimirse, tras un largo suspiro, dijo: “Nos falta uno”. No dije nada, no podía. Temía que si trataba de hablar la voz se quebrara en mi garganta. Cuando estábamos los tres, la merienda, al pairo de unos lingotazos de vino de trago largo, como solía decir César, transcurría entre anécdotas, chascarrillos y viejas historias, para lo cual César era un maestro. En ellas reinaba, sobre todo, la camaradería, el buen humor y la alegría por la vida. Esta última merienda en Buenverde no se parecía en nada a las de entonces. Comimos en silencio, sin pronunciar palabra. Era evidente que ambos echábamos en falta al amigo que se había ido. Por la tarde, como hacíamos siempre, después de dar un paseo hasta Brañarronda, regresamos al pueblo y, tras pasar por casa para asearnos, nos reunimos en La Campanona. Sentados a la barra, mientras apurábamos unos cortos de cerveza, nos mirábamos, y yo -seguro que él también- recordaba cuando los tres, después de bajar de la braña, jugábamos la partida en el local donde ahora nos encontrábamos.
Aquella noche, ya de retirada, cuando delante de su casa paré el coche para que se bajara, a diferencia de como hacíamos siempre, sin saber el porqué, nos bajamos los dos y, sin decir nada, nos dimos un fuerte abrazo. Creo que ambos presentíamos que aquella sería la última vez que subíamos a Buenverde.
El pasado mes de noviembre, aprovechando un viaje a León, me acerqué a Villablino, y como me dijeron que Luis ya no salía al bar porque no se encontraba bien, fui a verle a su casa. De aspecto lo encontré como siempre, aunque algo más delgado, pero con la misma energía y el mismo talante de siempre. Me dijo que se encontraba muy bien -cierto que nunca le escuché decir que se encontraba mal-, incluso, a pesar de la temperatura ambiente, más bien frío, dimos un paseo por la huerta en la que él tantas horas echó, sobre todo en los últimos años, y que con tanta ilusión trabajaba. Poco podía yo imaginarme que ese sería nuestro último paseo juntos.
Hoy me invade la nostalgia, la tristeza y un cierto sentimiento de soledad. Primero se fue César y ahora se ha ido Luis. No creo que yo vuelva a Buenverde. Mucho me temo que los recuerdos fueran superiores a mi entereza. Supongo que pasear por el campo y, menos aún, entrar en la cabaña y sentarme a la mesa, me traería demasiados recuerdos. Prefiero recordarlo para que como dijo Rabindranath Tagore: «Nadie muere del todo mientras alguien lo recuerde» Quiero creer que, allá, en alguna parte, ellos estén juntos de nuevo.
D.E.P.
Estimado amigo Piorno,
Con tristeza y una cierta angustia, he leído tu hermoso recuerdo en memoria de tus dos amigos de la infancia, comprendiendo tu sentir y vacío.
Los tiernos recuerdos de tus queridos amigos César y Luis, en ese mítico lugar de Buenverde, demuestran esos lazos tan firmes que solo se tienen, cuando la amistad es verdadera, y solo temporalmente se suspende, con el adiós definitivo.
Comprendo tu nostalgia, tristeza y soledad en estos momentos, amigo Piorno, y se también, que hay personas con las que puedes contar .
Un fuerte abrazo.
Nano
Mi buen amigo Nano.
Gracias por tus inestimables palabras de ánimo, especialmente viniendo de ti que, por el momento que estás viviendo, eres quien más las necesita. Deseo de todo corazón que superes tu enfermedad.
Sé bien que la vida es así, que todos tenemos que irnos, pero quizá sea que cuando envejecemos los sentimientos se sensibilizan y afloran con más intensidad; quizá sea que nos afecte ver cómo, lenta pero inexorablemente, nos acercamos a nuestra estación término. No lo sé.
Un fuerte abrazo y que te mejores.
Emotivo panegírico el que haces sobre «mi pariente» como nos decíamos. Tuve ocasion de charlar con el este verano, poco porque ya empezaban a escasear sus visitas a la Campanona y, además, otras circunstancias me lo impedían. Descanse en paz Luis y, como dice Bruno, «que en el cielo nos veamos».
Gracias, Pucelaina por asomarte a este blog y recordar a nuestro amigo. Me consta la buena relación que mantenías con Luis, hasta el punto que os llamabais «Pariente» el uno al otro.
Un abrazo.
Piorno
Algo de parentesco habia, amigo Piorno. Su madre, Adamina, era prima de mi abuela Higinia y vecinos de casa y corral, incluso de alguna finca a medias, lo que fue motivo de alguna disputa entre El Síndico y Santa Cruz, mi abuelo José.
Un abrazo. Pucelaciana.
Gracias por tus palabras y por recordarlo