Hoy, por primera vez desde que empezamos a sufrir el azote del corona-virus, al despertarme me he sentido enteramente feliz: Nuestro Nostradamus particular, el “Doctor” Pedro Sánchez, acaba de anunciarnos que para el año 2050, gracias a sus clarividentes medidas económicas, volveremos a la normalidad. A mis 82 años, al escuchar al “Doctor” empecé a dar saltos de alegría como cuando tenía 15 años. Yo, que a mi edad había perdido toda esperanza de volver a la normalidad, doy gracias al “Doctor” por tan importante acontecimiento. Ardo en deseos de que llegue el 2050. Me imagino la alegría que ha llenado el estómago de todas aquellas personas que cada mañana, como en una procesión, acuden a las colas del hambre, al escuchar la noticia. Después de todo, 29 años se pasan en un suspiro. ¡Quién nos lo iba a decir! Si no hay pan, no importa, también se puede vivir de la esperanza.
De momento nos va a freír a impuestos, pero que nadie se alarme ni se preocupe, porque eso terminará en 2050. Los autónomos, aunque ahora debido a la inutilidad del “Doctor y su equipo” tengan que cerrar sus negocios, que duerman tranquilos, porque su penuria finalizará en 2050. Esos que “injustamente” tanto se quejan de que aún no han percibido el dinero de los ERES, que tan pomposamente les fue ofrecido; por favor, un poco de paciencia, el 2050 está a la vuelta de la esquina. Debéis tener confianza en el “Doctor”. Ya sabéis que él nunca miente.
Yo me pregunto, cabe en cabeza humana pensar que quien, por su inutilidad, en sólo dos años nos ha llevado a la ruina, pueda trazar un plan económico a 29 años vista. Mucho me temo que el plan económico que está maquinando atañe única y exclusivamente a su economía particular. Quién puede saber lo que ocurrirá en el mundo en 2050. ¿Cabe mayor estupidez? ¿Puede un ser humano alcanzar tal grado de desvergüenza? Evidentemente, sí. Los políticos acostumbran a decir que el pueblo es sabio. En este caso “aciertan de pleno”, porque el pueblo fue quien nos trajo a este gran embaucador; eso sí, sostenido en el machito por los que participan del pesebre, aunque sólo sean las sobras.
Göbbels, el gran embaucador nazi, encontró la adormidera que idiotizaría al pueblo alemán: Regalar un transistor a todos los alemanes y autorizar una única emisora de radio: la del partido. Gracias a lo cual la mayoría de los alemanes hicieron suya la doctrina nazi. La historia, en términos parecidos, se está repitiendo.