Una heroína de Villager en la dictadura venezolana

La recuerdo siendo una niña, apenas un bebé, correteando por los caminos del barrio de El Centro de Villager. Se llama Margarita, hija de un minero apellidado Andérez; apellido por el que todos en Villager, en aquellos años, le conocían. Picador de 1ª en el grupo Bolsada, gran trabajador y excelente persona; de espíritu noble y amante de su familia; hombre ilustrado, a pesar de carecer de estudios. Sus principales aficiones -caza y pesca aparte- eran la lectura y los crucigramas; hombre de gran nobleza, esa nobleza con la que el duro y peligroso trabajo de la mina impregna a los mineros. Muy aficionado a la caza y a la pesca, al igual que sus dos amigos y compañeros de cacerías, Heriberto García y Luciano el del Conde. El primero maquinista en Bolsada, y, también como él, fallecido hace ya algunos años; el segundo, vaquero en sus años mozos y, cuando las vacas dejaron de ser un negocio rentable –si alguna vez lo fueron- regente de la Cantina de Villager. Verles a los tres, un sábado cualquiera, con la escopeta al hombro, al rayar el día, camino del monte, era algo que ya pertenecía al paisaje de Villager. Yo, a veces también les acompañaba, aunque como mero acompañante, y no por falta de afición, sino porque por mi edad, carecía de licencia de armas y, lo más importante: no tenía escopeta ni posibilidad de comprar una.

También recuerdo a Manolita, su madre, y a sus dos hermanos, José María, el mayor de los tres, y Carlos, el pequeño de los varones y, como decía al principio, a Margarita, que por ser la más pequeña, como suele ocurrir en casi todas las familias, era el juguete de la casa, especialmente de su padre.

Eran tiempos difíciles en Laciana. La huelga de 1962 agravó considerablemente la situación económica del Valle. Los despidos en las minas de la MSP (Minero Siderúrgica de Ponferrada) se sucedían uno tras otro, y el miedo a perder el trabajo contribuyó a la toma de decisiones arriesgadas por parte de no pocos mineros. Andérez, con tres hijos de 7, 5 y 2 años, respectivamente, y ante la falta de perspectivas a corto y medio plazo, pensando en el porvenir de sus hijos, al tiempo que animado por su hermano Andrés –por aquel entonces trabajando en Venezuela- tomó la decisión de cruzar el Atlántico y emigrar a Venezuela.

En aquellos tiempos Venezuela era un País próspero que ofrecía infinidad de oportunidades a gentes serias, decididas y con ganas de trabajar. El presidente de la República venezolana, el socialdemócrata Rómulo Betancourt, en Julio de 1960, conjuntamente con Kuwait, Arabia Saudita, Irak e Irán, había suscrito en Bagdad el acta de creación de la “Organización de Países Exportadores de Petróleo” (OPEP). En ese mismo año, Betancourt, creó también la “Corporación Venezolana del Petróleo” (CVP). Ambos hechos contribuyeron, en gran medida, a un gran aumento de las exportaciones de petróleo y, consecuentemente, al enriquecimiento del País.

Para Andérez, hombre responsable donde los hubiera, la idea de tener que dejar, durante un tiempo, a su mujer y a sus hijos en Villager, en tanto él no consiguiera una estabilidad económica que le permitiera llevarlos consigo, le coartaba sobremanera haciéndole dudar sobre el paso que pensaba dar. Si bien la separación se presentaba como algo muy doloroso, la inseguridad de un futuro incierto para sus hijos fue el contrapeso que inclinó la balanza.

En plena juventud, a la edad de 31 años, haciendo de tripas corazón y, a duras penas, conteniendo las lágrimas, con una maleta ligera de ropa pero repleta de esperanzas, tras un fuerte abrazo y con un “hasta pronto” se despidió de su mujer y de sus pequeños para embarcar rumbo a Venezuela. En el puerto de La Guaira, en Caracas, le esperaría su hermano Andrés para acompañarle a Barcelona, en el estado de Anzoategui, donde él residía. De inmediato consiguió trabajo en las minas de Naricual-Barcelona. Un año más tarde, ya perfectamente establecido, era el momento de reunir a toda la familia.

En 1963, en una soleada mañana de verano, en el puerto de Vigo, Manolita, su hijo Carlos y su hija Margarita, de 6 y 3 años, respectivamente, a bordo del buque Monserrat, embarcaron rumbo al puerto de La Guaira. Allí, tras dos semanas de navegación, nervioso como un niño, sin poder contener las lágrimas, con los abrazos abiertos para fundirse en un intenso abrazo, les esperaba su esposo y padre. Sin embargo y a pesar de la alegría del reencuentro, quizá por aquello de que la felicidad nunca es total, una sombra sobrevolaba el alma de Manolita: en España, concretamente en León, en el colegio de los Maristas, había quedado su hijo José María, de 8 años, a quien no habían llevado consigo para no interrumpir su educación. La sombra que sobrevolaba el corazón de Manolita envolvía una tristeza que tardaría mucho tiempo en disiparse, si es que alguna vez lo hizo. En el corazón de una madre, dejar a un hijo de 8 años, aunque sea en un buen colegio, y marcharse a un lejano y desconocido país, allende los mares, sin saber si los avatares de la vida -tan crueles a veces- pudieran impedir volver a verlo, la tristeza se aferra con tal fuerza que sólo el tiempo –y no siempre- consigue mitigar.

En 1970 los hermanos Andérez obtuvieron un buen contrato para trabajar en una presa Hidroeléctrica en el estado de Mérida. Justamente en ese año, el mayor de sus hijos, el que se había quedado en León, había culminado el bachiller y ya se encontraba en Venezuela; así pues, toda la familia se trasladó a Mérida, por aquel entonces una pequeña ciudad rodeada de montañas que, de alguna manera, les recordaba a Villager. Allí en la Ilustre Universidad de los Andes (ULA) José María inició su carrera de Ingeniería Química en la que, después de graduarse, ejercería como profesor, y donde posteriormente, gracias a su inteligencia y a su esfuerzo, fue Decano de la Facultad de Ingeniería. De los tres hermanos, José María fue el único –por su edad- que nunca perdió el acento de Laciana, motivo por el que siempre fue conocido como el gallego, apelativo que utilizan los venezolanos cuando se refieren a los españoles. Carlos, el mediano de los hermanos, algo más tarde, en la misma Universidad, también inició la carrera de Ingeniería de Sistemas. Lamentablemente, un grave accidente truncó sus estudios y sus pretensiones, ya que el accidente dejó en él ciertas secuelas que le impidieron continuar estudiando la carrera. Hoy está empleado en la misma universidad. La más pequeña, Margarita, unos años más tarde, siguiendo el camino de sus hermanos y contra todo pronóstico –fue madre de muy joven- inició, en la misma Universidad, la carrera de arquitecto. Aunque parecería impensable que con la obligación de criar un hijo pudiera estudiar y culminar una carrera nada fácil, su fuerza de voluntad, su gran tesón, su increíble valor y su gran inteligencia obraron el milagro.

Andérez, cuando el contrato de la Hidroeléctrica en Mérida terminó, consiguió otros contratos, pero en varios estados lejanos, teniendo que dejar nuevamente la familia. Aunque, si bien, cada fin de semana se desplazaba hasta Mérida para visitarlos, el no estar siempre con ellos significaba un gran sacrificio; pero, como escribió Jacinto Benavente: “ La vida es como un viaje por mar. Hay días de calma y días de borrasca. Lo importante es ser un buen capitán de nuestro propio barco”. Y, a fe, que él lo era. No en vano se había forjado frente al corte de un taller de Bolsada con un martillo de picar en la mano. También para Manolita aquella separación resultaba harto dolorosa. Frecuentemente se la veía tras los cristales de las ventanas de su casa con la vista perdida en las montañas. Puede que aquellas montañas trajeran a su mente recuerdos de los días vividos en Villager cuando, como ahora, esperaba impaciente el regreso de su marido; pues, sabido es que la vida de la mujer de un minero es un puro sobresalto que no desaparece hasta ver a su marido cruzar el umbral de la puerta.

Transcurrieron años de bonanza en Venezuela. En 1964 al presidente Rómulo Betancourt le había sucedido en la presidencia del gobierno Daniel Leoni –masón de Acción Democrática-. La etapa de su mandato, hasta 1969 fue considerada como la etapa de la concordia y el entendimiento nacional. Leoni continuó con la política económica de Betancourt y el país continuó progresando. A Leoni le sucedieron: Luis Herrera Camping, Jaime Lusinqui, Rafal Caldera (2 mandatos: 1969-1974 y 1994-1999), Carlos Andrés Pérez de Bricio (2 mandatos: 1974-1979 y 1989-1993). Durante el primer mandato de Carlos Andrés Pérez de Bricio, a Venezuela se la conocía como “La Venezuela Saudita” debido al flujo de petrodólares que ingresó en sus arcas por la exportación de petróleo, como consecuencia del embargo del crudo  en los países del Golfo Pérsico. Su segundo mandato, a diferencia del primero, fue conocido por una desmedida corrupción; corrupción que finalmente acabaría apartándole del cargo y dando entrada a Rafael Caldera, en su segundo mandato. En 1992, junto a otros militares del MBR-200, Hugo Chávez Frías había intentado un golpe de estado que resultó fallido. Condenado a prisión fue indultado, al cabo de 2 años, por el entonces presidente de La República, Rafael Caldera. En 1999 llega al poder Hugo Chávez Frías, quien se perpetuaría hasta su muerte, sucediéndole el actual presidente –ahora de la Repíblica Bolibariana- Nicolás Maduro. Durante el segundo mandato del socialdemócrata Rafael Caldera, la economía del país sufrió un fuerte revés. La quiebra de varias instituciones financieras afectó gravemente a la credibilidad y confianza en el País, quebrando más de 70.000 pequeñas y medianas empresas. La llegada al poder de Hugo Chávez, con su política populista, vino a terminar de hundir aquella próspera y feliz Venezuela que la familia Andérez había conocido y la que les había acogido, como a tantos otros españoles, con los brazos abiertos.

En 1987, Margarita, con el título de arquitecto bajo el brazo, constituyó su propia empresa en el área de la construcción. El estar casada y haber creado su propia familia no fue impedimento para, con trabajo y esfuerzo, hacer crecer a su empresa. Su marido, profesor de educación física –había sido un conocido jugador de baloncesto- en la misma universidad donde ella y sus hermanos habían estudiado, fue un gran soporte para que Margarita pudiera dedicarse debidamente a su empresa. Todo se desarrollaba con normalidad y a plena satisfacción hasta que en 2001 Margarita firmó el conocido manifiesto en contra de Hugo Chávez. A partir de entonces su empresa pasó a engrosar la lista negra del gobierno. Estar en esa lista negra significaba que se le anulaban, de un plumazo, todas las posibilidades de obtener contratos, pues quien lo hiciera pasaría a engrosar la famosa lista negra de enemigos del régimen. Algún tiempo después tuvo que cerrar su empresa y empezar a trabajar, gracias a la influencia de su hermano, en la Universidad donde había estudiado.

Margarita, como su madre, también supo del dolor de despedir a uno de sus tres hijos, el mayor, camino de un país extranjero. Su primogénito estudió, como su tío, ingeniería química. Cuando terminó la carrera, aunque podía haberse empleado en Venezuela, viendo lo que le había sucedido a su madre y ante el camino que la dictadura de Chávez estaba tomando, optó por marcharse a Los Estados Unidos de América, donde en Georgia consiguió un buen empleo. Sus otros dos hijos, de 24 y 22 años respectivamente, estudian actualmente en la ULA. Uno ingeniería civil y el otro, el más pequeño, ingeniería de sistemas. Imbuidos por el espíritu de lucha por la libertad de su madre, ambos se postularon para los cargos de dirigentes estudiantiles, habiendo sido elegidos –son cargos de elección popular- entre los 60.000 estudiantes de la Universidad; el mayor, como consejero de su facultad y el pequeño como delegado deportivo de la ULA.

Margarita, a pesar de los reveses sufridos, lejos de amedrentarse, se convirtió en una luchadora activa, primero contra el gobierno de Chávez y ahora contra el de Maduro. No pertenece a ningún partido político, se ha unido a la lucha estudiantil a quien apoya en cuerpo y alma, arengando a los estudiantes y participando junto a ellos en cuantos actos se llevan a cabo contra el régimen que está asolando su País. Sí, su País, pues aunque nacida en Villager se considera venezolana de los pies a la cabeza. De Villager sabe lo que sus padres le han contado y lo poco que pudo ver en una corta visita que hace años hizo al pueblo, pero aún así, se siente muy orgullosa de su pueblo natal al que jamás ha renunciado; ni al pueblo ni a sus raíces. Es una auténtica guerrera y, como ella con frecuencia suele decir: “Mi padre –fallecido en 2002 a causa de un infarto- nos legó una Venezuela próspera y libre y es la que yo quiero dejar a mis nietos, aunque en ello me vaya la vida”. Es consciente que, como a tantos otros ha sucedido, corre el riesgo de que el día menos pensado, bien en una manifestación o en su propia casa, pueda tropezarse con un balazo que acabe con su vida, pues no en vano ha recibido ya varias amenazas de muerte, anque no parece que eso la preocupe excesivamente, ya que, con frecuencia, suele decir que ella no nació para vivir de rodilas. Por otra parte, esa situación la ha vivido ella muy de cerca en alguna manifestación estudiantil y también en muchos otros actos en que las gentes, cansadas de lo que en su País está sucediendo, se manifiestan para exigir un cambio de régimen; luchan por conseguir que la democracia y la libertad vuelvan a Venezuela, porque lo que hoy rige es una autocracia. Allí se cierran los medios de comunicación no adictos al régimen, se encarcela a la oposición, se tortura y se asesina por el mero hecho de manifestarse en contra del gobierno. Y, el gobierno y sus correligionarios, algunos de ellos desde España, insisten en proclamar que Venezuela es una verdadera democracia, por el mero hecho de que su presidente haya sido elegido en mayoría. Yo opino que el simple hecho de que un dirigente sea elegido en unos comicios –aparentemente libres- no significa que el régimen que practica sea democrático. Hitler fue elegido en elecciones libres –al menos aparentemente- y el régimen que instauró, así como sus consecuencias, lo conocemos todos.

Margarita Andérez, heredó de su padre el sentido del honor y la fuerza de la dignidad. Ella no soporta que se practique aquello que predicaba Josef Stalin: “Controla los alimentos y tendrás el control del pueblo y, además, te agradecerán lo poco que les des”. Ella no soporta contemplar las kilométricas colas que sufren los venezolanos para intentar comprar alimentos. Colas que tras seis o más horas de espera para intentar adquirir alimentos básicos, día tras día, tienen que sufrir los ciudadanos para que, frecuentemente, cuando les llega el turno, encontrarse con que esos alimentos se han terminado. La corrupción llega a tales extremos que miembros del ejército y de la policía se hacen con unos cuantos números de esas colas para vendérselos a gentes con dinero que de ese modo se ahorran la espera en la cola, perjudicando a otros que ni pueden ni quieren pagar esos chantajes. Entre tanto, el gobierno, como “ejemplar” solución, ordena la detención y encarcelamiento de periodistas que fotografían esas colas y las publican en las redes sociales. Sabido es que Venezuela atraviesa una gran crisis económica, que la baja del precio del crudo ha contribuido a agravarla, pero se comprende mal que no teniendo dinero para que sus habitantes puedan comer, sus dirigentes se permitan el lujo de financiar a ciertos partidos políticos extranjeros, afines a su ideología, como es el caso de “Podemos” en España, y ayudar a otros, casi regalando el petróleo, como han estado haciendo con Cuba.

A Margarita Andérez, no le gusta que la cataloguen de heroína; se considera sencillamente una guerrera como tantas otras mujeres venezolanas –dice ella-. Pero si el heroísmo se mide por actos de valor llevados a cabo en pos de la justicia, con menosprecio de la propia vida y sin ánimo de obtener un beneficio personal, justo es decir que Margarita Andérez pertenece a esa raza especial de heroínas de leyenda. Estoy convencido que Andérez, su padre, aquel minero del Grupo Bolsada, nacido en Verdeña de Robledo (Palencia) y afincado en Villager, que un día se embarcó buscando el bienestar de su familia y que un infarto de miocardio, a la edad de 72 años, lo sepultó lejos de su patria, desde donde quiera que ahora esté, se sentirá muy orgulloso de su hija y la animará a que siga en la lucha por la libertad y por recuperar aquella hermosa y gran Venezuela, la que él conoció.

Justo es decir que hermosa, Venezuela lo fue, lo es y lo seguirá siendo, pese a todo, pues sus playas, sus montes, sus bosques y la belleza de sus paisajes jamás podrán ser destruidos. Basta con atracar en el puerto del Guamache en Isla Margarita y adentrarse en su bahía para enamorarse de su gran belleza. ¡Isla Margarita! Allí donde un día llegó Simón Bolívar para iniciar la liberación de Venezuela. Es curioso que también esta heroína de Villager se llame Margarita, como la isla. Se diría que fue una premonición haberla bautizado con ese nombre. Hay que navegar por el Orinoco, desde el delta hasta Puerto Ordaz, para extasiarse en la contemplación de un paisaje de belleza salvaje y difícilmente descriptible. Dos paisajes, aunque muy distintos entre sí, han producido en mí una impresión imborrable: Sobrevolar en una avioneta el Gran Cañón del Colorado y navegar por el río Orinoco en sus 120 millas desde el delta, en el Atlántico, hasta alcanzar los muelles de Puerto Ordaz.

Aunque la situación de Venezuela, hoy, es ciertamente desoladora, estoy convencido que las valientes y abnegadas gentes de ese País conseguirán revertir su destino para que las “Margaritas” venezolanas puedan, en un día no lejano, y en paz,  entregar a sus nietos un País como el que ellas recibieron. Yo así se lo deseo.

 

 

 

 

4 thoughts on “Una heroína de Villager en la dictadura venezolana

  1. Que bien escrito y que interesante relato nos traes esta vez. Interesante por dos motivos, uno por ser el tema que trata, desgraciadamente tan de actualidad, y el segundo por ser una persona real
    y ejemplo de valentía, sin temor a arriesgarse por defender sus ideas y sus principios. Una vez más te doy la enhorabuena a ti por hacernos partícipes de esta historia real y para Margarita Andérez mi felicitación por ser como es.

    Un abrazo, Guaja

  2. Gracias amigo Piorno por este relato. Sigo bastante de cerca los avatares de Venezuela y Argentina y … ¡qué pena me da ver estos países tan ricos por naturaleza gobernados por energúmenos! Así es la vida. Espero que aquí el futuro inmediato nos depare algo mejor de lo que se vislumbra, al menos salvémonos de «salvapatrias».

  3. Amigo Piorno:
    Una vez más nos deleitas con un relato, que además de reflejar fidedignamente la realidad, está impregnado de una gran emotividad y sentimiento de bonhomía.
    Ahora mismo acaban de salir de mi casa, en Pola de Siero, mi tía Delia, Paulino y Tino. Han venido a Asturias de médicos. Hemos hablado de tu relato y me dijo mi tía, que mi tío Paulino era el padrino de uno de los niños de Andérez, pero que no recuerda de cual. También me comentó que en uno de sus viajes a Villager había pasado a visitarles, y que Paulino padre y él habían charlado cómo lo que eran, entrañables amigos.
    ¡Cuánto me gustaría que su hija Margarita y todos los que están luchando por una Venezuela en democrácia y libertad tuvieran éxito! Aunque, por el momento, no parecen estar las cosas del lado de lo que el corazón desea.
    Enhorabuena y un fuerte abrazo.

  4. Piorno, no conocía su blog. Un amigo me puso al tanto de como encontrarlo. No conozco personalmente a esa Margarita de su historia, pero os aseguro que acá hay muchas asi. Me suena bien que en España se preocupen de nuestra situación, que es francamente mala. Acá se habla mucho de si España podría seguir la senda de Venezuela. Espero que no sea el caso, porque esto no es de desear a nadie. No conozco España, pero recuerdo lo que cuando era niño me contaba mi abuelo y en parte me siento español. Gracias por las bonitas frases que escribís sobre mi pais que veo conoce.

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